Pascua del Santo Padre: Francisco 1936- 2025


Creado por: Verónica Gómez Torres
Queridos hermanos:
La Compañía de Jesús participa del dolor de todo el pueblo de Dios, reunido en la Iglesia, junto a otras muchas personas de buena voluntad, por el final de la vida terrena del Papa Francisco. Lo hace profundamente conmovida y con la serenidad que nace de la firme esperanza en la resurrección por la que el Señor Jesús nos abrió la puerta a la plena participación en la vida de Dios.
Sentimos dolor por la desaparición de quien fue puesto al servicio de la Iglesia Universal ejerciendo el ministerio petrino por más de 12 años. Al mismo tiempo sentimos la partida de nuestro querido hermano en esta mínima Compañía de Jesús, Jorge Mario Bergoglio. En ella hemos compartido el mismo carisma espiritual y un mismo estilo de seguimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
En medio del desconcierto por su partida, brota espontáneamente de nuestros corazones un profundo sentimiento de agradecimiento a Dios Padre, rico en misericordia, por tanto bien recibido a través del servicio de toda una vida y por el modo como el Papa Francisco supo guiar a la Iglesia durante su pontificado, en comunión y continuidad con sus predecesores en el esfuerzo por poner en práctica el espíritu y orientaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II.
El Papa Francisco mantuvo una mirada atenta a cuanto ocurría en el mundo para ofrecer una palabra de esperanza a todos. Sus extraordinarias encíclicas Laudato Si’ y Fratelli tutti revelan no sólo un lúcido análisis de la situación de la humanidad, sino que, a la luz del evangelio, ofrecen vías para la superación de las causas de tanta injusticia y promover la reconciliación.
Para el Papa Francisco, el diálogo de unos con otros, entre rivales políticos o entre religiones y culturas, es el camino para seguir proponiendo la paz y la estabilidad social, para crear entornos de comprensión mutua, de cuidado del otro y apoyo solidario. En muchos momentos hemos escuchado su palabra, su reflexión pastoral y hemos admirado su actividad incansable, proponiendo iniciativas o sumándose a las de otros; siempre convencido del valor de la palabra y del encuentro.
¿Cómo no recordar el momento extraordinario de oración convocado por él mismo ante la emergencia del coronavirus en marzo de 2020, en la plaza de San Pedro, vacía? O la permanente preocupación por la paz ante la intolerancia y las guerras que amenazan la convivencia internacional y generan un sufrimiento indecible en los más indefensos. O la sintonía de su corazón con el inmenso flujo de migrantes forzados en todo el mundo, especialmente aquellos obligados a arriesgar sus vidas cruzando el mediterráneo.
Desde las palabras pronunciadas la noche del 13 de marzo de 2013, al saludar a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para festejar al Papa recién electo, encontramos dos dimensiones claves de su ministerio: la importancia de caminar juntos, Obispo y pueblo, en una ruta de fraternidad, de amor, de confianza, de esperanza; y la centralidad de la oración, especialmente la de intercesión.
El caminar juntos se ha concretado de un modo particular en la importancia dada al desarrollo del Sinodo de los Obispos y en la atención dada a la sinodalidad como dimensión constitutiva del ser Iglesia, que en nada disminuye el Primado de Pedro o la responsabilidad episcopal; por el contrario, permite ejercerlo en una manera más participativa por parte de todos los bautizados, del pueblo de Dios en camino, reconociendo la presencia y acción del Señor en la comunidad eclesial a través del Espíritu Santo.
En nuestra memoria ha quedado grabada la invitación a la oración que hizo aquella noche a todos los fieles: recemos juntos, Obispo y pueblo. Les pido que ustedes recen al Señor para que me bendiga. A lo largo de todo su pontificado concluía sus intervenciones, incluido el ángelus dominical, con la misma invitación: por favor, no se olviden de rezar por mí. No se cansó nunca de recordarnos cómo la oración nace de la confianza y la familiaridad con Dios y cómo en ella podemos descubrir el secreto de la vida de los santos (cf. Audiencia General del 28 de septiembre de 2022).
Cuando se dirigió a nosotros, sus hermanos jesuitas, insistió siempre en la prioridad de reservar en nuestra vida-misión el espacio suficiente a la oración y al cuidado de la experiencia espiritual. Basta recordar lo que escribió en la carta del 6 de febrero de 2019 con la que me comunicaba su aprobación y confirmación de las Preferencias Apostólicas Universales: La primera preferencia (mostrar el camino hacia Dios a través de los Ejercicios Espirituales y el discernimiento) es capital porque supone como condición de base el trato del jesuita con el Señor, la vida personal y comunitaria de oración y discernimiento. Te recomiendo que, en tu servicio de Superior General, insistas sobre esto. Sin esta actitud orante lo otro no funciona. Reafirmaba de esta manera la exhortación que hizo en su encuentro con los miembros de la Congregación General 36ª (24 de octubre de 2016), en el que insistió con fuerza en la recomendación de pedir constantemente la consolación, dejándonos conmover por el Señor clavado en la cruz que nos mueve al servicio a tantos crucificados en el mundo actual.
En esa ocasión nos indicó algo que podemos considerar un elemento esencial de nuestra identidad. Como si respondiera a una pregunta implícita sobre quién es un jesuita, el Papa Francisco se dirigió a los congregados afirmando: el jesuita es un servidor de la alegría del evangelio en cualquier misión en la que se desempeñe. De esta alegría brota nuestra obediencia a la voluntad de Dios, al envío al servicio de la misión de la Iglesia y también nuestros apostolados junto a nuestra disponibilidad al servicio de los pobres. Es esta alegría la que debe caracterizar nuestro modo de proceder para que sea eclesial, inculturado, pobre, servicial, libre de toda ambición mundana.
El llamado a la alegría que proviene del Crucificado-Resucitado y su Evangelio a través del cual se anuncia esta consoladora noticia, ha sido una constante del pontificado del Papa Francisco. No es por casualidad que muchos de sus documentos magisteriales, comenzando por la exhortación apostólica programática de su pontificado, Evangelii Gaudium, tengan desde el mismo título esta referencia a la alegría profunda, para él imprescindible.
Será precisamente a partir de una relación viva y vivificante con el Señor, fundada en la consolación y la alegría, como podremos ser con la acción pastoral, pero sobre todo con el testimonio de una vida enteramente consagrada al servicio de la Iglesia, Esposa de Cristo, levadura evangélica del mundo, en la búsqueda incesante de la gloria de Dios y el bien de las almas (Respuesta del Papa Francisco a la felicitación del P. Adolfo Nicolás por su elección, 16 de marzo de 2013).
Recordamos con el corazón agradecido la discreta y constante atención del Papa Francisco a la Compañía de Jesús, a nuestra vida y nuestro apostolado. Muchos de ustedes pudieron encontrarse con él en diversos países del mundo porque siempre tenía tiempo para el compartir franco y fraterno con los jesuitas que vivían y trabajaban en los lugares que visitaba.
Acompañamos con nuestro corazón y nuestra oración al Papa Francisco en su encuentro definitivo con Dios, amor incondicional y misericordia infinita, cuyo rostro nos mostró con su vida y magisterio. Confiados en que el Señor acoge en el banquete del cielo a su Siervo fiel, movidos por su ejemplo, renovamos nuestro deseo y nuestro compromiso de seguir a Jesús pobre y humilde y de servir a su Iglesia. A
Arturo Sosa, S.J. Superior General
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